Revista Producción
PRODUCCION Agroindustrial del NOA




Historias de vida:
"La buena suerte signó toda mi vida"

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Guillermo Pedro Isas es hoy uno de los cañeros importantes de Tucumán. Pero esto no fue siempre así. A tal condición no llegó por herencia ni graciosamente. Se la ganó a fuerza de coraje y trabajo, peleando con todas las fuerzas de su cuerpo y mente contra la pobreza que caracterizó su infancia y parte de la juventud. Costó convencerlo para que se prestara a la nota, porque no termina de aceptar que haya mucho de logro personal en su vida; más bien, creyente como es, asigna un porcentaje sustancial de su éxito a Dios, que le proporcionó la suerte sin la cual nada hubiese sido posible. A este simoqueño de 74 años, amigo de darse los gustos en vida, viajero infatigable y conocedor de buena parte del mundo, se le humedecen los ojos cuando evoca su viaje a Siria, la tierra de su padre, quien murió con la ilusión nunca cumplida de volver a ver su pueblo, posta que concretó él, y ante la cercanía del viaje a El Líbano, suelo materno, periplo que emprenderá a fines de este mes.
Don Guillermo tiene en su casa infinidad de objetos a los que nunca les dio uso alguno, producto de sus paradas en los semáforos. "Ya sé que jamás los voy a usar, pero no puedo dejar de adquirirlos, a esos muchachos que me dicen tío, los siento en realidad como si fueran un poco mis sobrinos, a mí la adquisición de esas chucherías no me hace diferencia, pero para ellos es importante, y sería de mal parido olvidar que yo también sentí alguna vez el estómago vacío".

Disculpe que comience la nota preguntándole a boca de jarro, ¿Qué hay de verdad sobre el origen de su posición?.
Mire, con esto de las presuntas fortunas, se han tejido muchas fantasías. Le voy a contar. Una vez, en tiempos en que todavía era yo un gran fumador, llegué hasta el almacén de un amigo a quien le vendía azúcar, porque me había quedado sin cigarrillos. El hombre atendía en esos momentos a su proveedor de cerveza, y al verme llegar le dijo a éste, señalándome "usted debería aprender de él, que es un gran comerciante; antes de que subiera el azúcar, y sin que yo se lo pidiera, me envió 50 bolsas del producto, mientras que usted se niega a mandarme 30 cajones de cerveza" -¿Quién es el señor? preguntó algo amoscado el proveedor. Al enterarse de mi nombre, reaccionó de inmediato "yo sabía de usted, y no veía la hora de conocerlo personalmente, porque mi cuñado me contó cómo hizo usted la plata, y quería conocer de la propia boca de un hombre vivo, inteligente, el gran secreto. -Discúlpeme le dije, y se puede saber cuál es mi historia? "Que usted era un tipo muy pobre, que se fue a Mendoza, y una vez allí, avizorando una suba importante del azúcar, se hizo enviar un vagón de ese producto desde Tucu-mán, la vendió en Cuyo y se llenó de dinero". - Esa no es mi historia -le manifesté- la verdadera se la puedo contar, si es que usted me quiere escuchar. Ante su asentimiento, comencé: -yo era efectivamente muy pobre, hasta que un día conseguí 20 centavos, con ese dinero compré dos manzanas a las cuales lustré hasta hacerlas brillar en las mangas del saco, envolví en papel de seda y las vendí a 40 centavos. Luego me fui al mercado y compré 4 manzanas que vendía a 80 centavos, y después... "Hágala corta" me interrumpió el hombre ya molesto. -Se la hago corta- manifesté, conseguí comprar 500 manzanas, y en eso murió un tío rico que me dejó su herencia, y aquí estoy. El individuo, exaltado, gritó "usted me está tomando el pelo", a lo que le respondí: -no, el que me está tomando el pelo es usted, ¿cómo hizo su plata?. "Trabajando", me contestó. -Pues yo también señor mío, trabajando, déjese de macanas, todo lo demás son historias, concluí.

Bueno, pero ahora cuéntenos a nosotros cuál es la verdad.
Yo no hice demasiado dinero, lo que sucede es que me fui a Mendoza en 1962, estuve allí hasta 1974, las cosas me fueron bien, y cuando regresé con unos cuantos pesos, porque no era una fortuna enorme ni mucho menos, compré la finca de Las Talas, que es la más grande de la zona de Bella Vista, y entonces se empezó a tenerme como referente. Mientras algunos dijeron "éste tiene tiene más guita que Patoruzú", otros se ocuparon de informar a quien quisiera escucharlos "¿cómo habrá hecho la guita éste, lo que sucede es que no es un hijo de p..., es un hijo de 10.000 p...", claro, si tenía tanta plata, con una sola mala mujer no bastaba.

¿Cómo fue su juventud?.
Yo era, en efecto, extremadamente pobre. Realicé diversas tareas relacionadas todas de alguna manera con el comercio, y los 18 años me sorprendieron trabajando junto a mi hermano Alfredo en un pequeño bar (se llamaba Mayo) que éste tenía. Un día llegó un señor de apellido Izquierdo, dueño de la sastrería "Los Mejicanos", y le ofreció poner una especie de sucursal del bar en el Club Natación y Gimnasia, donde hacía falta una cantina. Yo tomé en el aire la oportunidad y me lancé a la tarea. Comencé con 10 pesos, que fue lo único que me pudo dar mi hermano.
Recuerdo que el carrero me cobró $1.80 por los viajes en los cuales llevé vasos, manteles y bandejas, y los 8.20 restantes constituyeron todo el capital de apertura de la nueva empresa.
Las cosas marcharon más o menos bien, hasta que la suerte me sonrió una vez más. Debe haber sido 1946, cuando llegó a Tucumán, Eva Perón. Fue para la gente un gran acontecimiento, tanto que hubo grandes apretujamientos, con el consabido saldo de heridos y hasta muertos. Era gobernador por entonces el mayor Domínguez, y gente de la FOTIA vino a hablarme, porque la primera dama iba a cenar en Natación y Gimnasia, y contrataron mis servicios.
Al parecer los muchachos no tenían demasiada experiencia con grandes personajes, porque me encargaron que preparara lengua a la vinagreta, ravioles y tamales, éstos últimos porque querían algo autóctono de la zona.
No hacía falta ser un genio para vislumbrar que era poco probable que Eva comiera ravioles o lengua, menos aún tamales; por eso, tras tratar inútilmente de hacerlos cambiar de menú, me dí a la tarea de destinar toda una puerta de la heladera a tener listas provisiones para ella: así preparé pollo, pavo, jamón crudo y cocido, todo tipo de carnes y bebidas, y dispuse que un "maitre" estuviera a su exclusivo servicio. El salón principal tenía capacidad para unas 250 personas, pero esa noche había más de 800 invitados. La cosa es que ninguno quería cenar en otra sala, todos querían tenerla a la vista, y aquello era una locura. No hubo más remedio que pedirle a gente de la custodia de Eva Perón que desalojara el lugar, cosa que hicieron con singular eficiencia. Llegó la señora, se sentó y tendría que haberle visto las caras a los gremialistas cuando pidió jugo de pomelo, bife de filet, y una papa al natural. Tendría que haberme visto la cara a mí, porque yo tenía de todo, hasta champagne, pero no pomelos. Hubo que reemplazarlos por naranjas, aunque el drama continuaba, porque el exprimidor no aparecía.
Mi hermano menor, Michel, entonces estudiante de Medicina, hoy integrante del Consejo Superior de la Universidad, tuvo que exprimirlas a mano. De cualquier forma todo salió bien y hoy, mirando hacia atrás, puedo decir sin modestia que me siento orgulloso de aquel chico que era yo y que, con sólo 19 años, logró salir airoso de una prueba de tal calibre. Gané mucha plata con esa cena, al punto que cuando poco después se casó mi hermana mayor Malina, tuve una de las satisfacciones más grandes de mi vida, al poder regalarle $ 1.000.

¿Cuándo y de qué manera se relacionó con la caña?.
Mi mujer, Amanda Guillou, es hija de cañeros. Cuando ví cómo vivían éstos, quedé asombrado, disponían de 5 meses de vacaciones, y su standard de vida era más que bueno. En 1959 me eligieron para integrar el directorio del ingenio Ñuñorco, aunque con mis escasos 33 años, carecía de gran experiencia. En ese directorio había dos ingenieros agrónomos, un capitán del ejército, un contador, pero yo era el único comerciante, de modo que cuando se hablaba de un tema tan importante como el de comercializa-ción yo, que apenas era tuerto entre los ciegos, pasaba a ser el rey. Así las cosas, luego de concluir mis funciones en el directorio, se produce un desfalco en la representación de Mendoza, y el presidente del ingenio, que era un ingeniero cubano, me ofrece la representación en aquella tierra cuyana. Era una mañana de diciembre cuando le dije "págueme viáticos, y me voy a Mendoza con toda la familia". Esa tarde el hombre y me informa que no había antecedentes de pago de viáticos a personas que no fueran funcionarios del ingenio. A renglón seguido me formuló una contrapropuesta: "Le acredito la comisión de todo lo que usted venda y, conociéndolo, estoy seguro que le bastará para vivir muy bien". Acepté y aunque me fui por sólo unos meses a Mendoza, permanecí allí 12 años.

¿Cuál ha sido su estilo o filosofía de vida?.
Cada quien tiene la suya. En lo que a mí respecta, cuando busqué mujer busqué la mejor, lo mismo hice con mi casa, con el auto, con mis amigos. No me conformo con poco, tengo la puntería bien alta, aunque eso me haga ser lo que algunos llaman un "palangana". He tratado de vivir siempre de la mejor manera, y Dios ha sido extremadamente generoso conmigo. Además de permitirme encontrar la mujer que buscaba, me dio 7 hijos sanos, 6 varones y una mujer. Si además de sanos, esos hijos son buenos, honrados y talentosos, entonces no me queda otra cosa que agradecer al Altísimo y decir "estoy hecho".

¿Qué se necesita para llegar a esto?.
Vea Ernesto, si usted le pregunta a un triunfador cuáles con las condiciones que se necesitan para triunfar en la vida, no faltará el vanidoso que comience a hablar de inteligencia, tenacidad, o algún otro atributo especial. Yo respondo lo mismo que Henry Ford, quien decía que para triunfar en la vida hacían falta tres cosas: en primer lugar suerte, luego suerte, y finalmente suerte. Por supuesto que a la suerte hay que ayudarla, algo de aquello "A Dios rogando y con el mazo dando", pero usted, yo, todos sabemos que hay multitud de personas que trabajan duro y bien toda su vida, y sin embargo mueren sin haber logrado el éxito que les permitiría vivir mejor.
Realmente no se en qué consiste, pero se da para algunos pocos, y se niega a muchos.
Fíjese lo que me pasó con la que hoy es mi mujer. Amanda vivía en Ayacucho al 200, y yo permanecí varios años en San Lorenzo al 800, exactamente a la vuelta, sin que nos conociéramos. Una tarde, regresando de Concepción en tren, me abrí camino a brazo partido entre el gentío que poblaba el vagón, y conseguí un asiento, cosa que para mí era cuestión de vida o muerte, porque calzaba unos zapatos que me quedaban chicos. Poco después, en León Rougés, ascendió al tren una morocha de ojos inmensos, y cuando con todo el dolor no se si de mi alma, pero sí de mis pies, me aprestaba a ofrecerle el asiento, un hombre que estaba justo enfrente mío, me ganó de mano. Me quedé entonces con el asiento, con Amanda, y con mi felicidad.

Finalmente, usted que es productor, ¿cómo avizora el futuro de la caña en nuestra región?.
Creo que mientras no se modifique la mentalidad de los empresarios, esta agobiante realidad de hoy no va a cambiar. Y eso me entristece mucho, porque en esta actividad hemos tenido hombres ilustrísimos, como por ejemplo Alfredo Guzmán, el más grande filántropo que tuvo Tucumán, dueño del ingenio Concepción, un personaje que dejó obras maravillosas, muchas de ellas aún en pie y no superadas.

Por Ernesto Cepeda,
de Producción


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