Historias de vida La colonización española de la Ramada de Abajo |
Antonio Alberto Ayala, nieto de esos colonizadores hispánicos, relató con emoción y entusiasmo para PRODUCCION los pormenores de aquella aventura migracional. ¿Cuándo llegaron los primeros inmigrantes españoles a La Ramada?. A partir de 1905, y sin interrupción durante 20 años. En realidad arribaron primero a la zona de Mariños, hasta completar unas 150 familias que se instalaron en las que por entonces eran tierras de los López Mariños. La mayoría eran andaluces, había también algunos valencianos, a los que se integraron después unas pocas familias sirio libanesas. Como la mayoría de los inmigrantes, trataron de mantenerse unidos, en una elemental actitud defensiva, que dejaría luego paso a la integración con los lugareños. Pero conservaron siempre sus costumbres, a las que estas tierras y su gente les agregaron otras, como la del mate. ¿A qué se dedicaron?. Ellos aportaron la modalidad de la huerta, una economía tranquera adentro muy estable, y le hicieron frente a trabajos muy duros, como la quema del carbón, y el trabajo en las fincas, como simples peones. ¿Cómo llegan a convertirse en propietarios?. Hacia 1929 surge un plan de radicación emprendido por el Banco Hipotecario Nacional. El banco requería la construcción de quinta, aljibe para la provisión de agua potable y galpón para las herramientas. Comenzó entonces un pequeño éxodo de los interesados, porque el asentamiento colonizador iba a ser justamente en lo que hoy es La Ramada, a unos 12 kilómetros de Mariños. Emprenden la aventura 63 familias, repartiéndose el resto en la Cañada de Alzogaray y El Naranjito. La familia de los Palomo fue de las primeras, y en ella estaba quien sería mi abuela materna, Ana Joaquina Palomo. Tuvieron que abrir a machete limpio una senda que arrancaba en lo que hoy es el mástil, y que, tras pasar por el solar histórico, llegaba a la "tierra prometida". El Hipotecario pensaba al principio hacer fracciones de 104 hectáreas, con frente de 830 metros por 1290 metros, que era lo que comprendía de calle a calle, pero después, como salieron más postulantes de los previstos, se abrieron fracciones de 53 hectáreas, mientras en el fondo se disponían lotes de 140 hectáreas, que se dividieron en 70 por dueño; en total se sumaron 65 dueños de 100, 70 y 52 has respectivamente. ¿Qué destino le dieron a la tierra?. Como arrendatarios cultivaban maíz, maní, zapallo y en algunos casos girasol, en tanto que en las quintas, y para su consumo, tenían papa, cebolla, lechuga. Respondieron sobradamente a las exigencias del banco, por lo que en 1939 se convierten en dueños de las tierras, fecha a la que ellos consideran como de verdadero nacimiento de La Ramada de Abajo. Habían conseguido, a fuerza de trabajo, ser dueños legítimos de su tierra. Usted mencionó a su abuela materna, ¿qué le contaba ella de aquellos tiempos?. Llegó al país con sólo 14 años, junto a sus padres. Pararon un día en la Casa del Inmigrante, en Buenos Aires, y recuerda que allí alguien les dijo que existía un lugar llamado Tucumán, que tenía condiciones climáticas similares a las del sur de España, a las de su Andalucía. Eso bastó para que se largaran hacia el Norte. Al arribar, la familia se instaló durante un año en la zona del ingenio La Florida. Salvo el idioma, todo lo demás era extraño, de manera que extremaban las prevenciones. Contaba que una mañana los padres tuvieron que salir y la dejaron al cuidado de la casa. Al poco rato llegó un hombre que tocó las manos para avisar de su presencia; el padre de mi abuela le había ordenado que, a cualquier persona desconocida que llegara, le apuntara con el viejo revólver familiar. En esas épocas las órdenes no se discutían, de manera que así lo hizo, y entonces me relataba -ahora sí con risas- que en el patio de tierra, el hombre la miraba espantado sin poder hablar, y ella misma sentía tanto miedo, que el arma aferrada entre sus dos manos, oscilaba de arriba a abajo. Afortunadamente aquella situación no trajo otras consecuencias, y quedó nada más que como una anécdota. Mi abuela reconoció siempre la bondad de los criollos, que supieron recibirlos como a hermanos. Jamás hubo problemas en ese sentido. La integración entonces fue total... Efectivamente. Juntos, inmigrantes y lugareños hacían frente a calamidades como la manga de langostas por ejemplo. Con chapas preparaban barreras de poco más de un metro para que las langostas chocaran en ellas, y al caer, las rociaban con veneno, o directamente las quemaban. Aquellos españoles trajeron de sus tierras otras costumbres, como la del teatro, y es así que supieron organizar inéditas veladas teatrales. Ya dije que habían incorporado el mate, y perfeccionaron el tema de los carneos. ¿Cómo es eso?. Sí, el carneo de chanchos era (y es, porque todavía se conserva) un verdadero arte. Se hacía en pleno invierno, y lo primero era realizar una abertura de unos 50 cm de profundidad en la tierra, con caída oblicua, donde se metían leños gruesos, se le atravesaban 3 ó 4 barras de fierro y allí se colocaban dos tachos de 200 litros partidos por la mitad, con manijas, que servían para la grasa, para pelar los chanchos, Eso se hacía por la tarde, de manera que a la noche estaban ya los cuartos colgados, y a la oración, los costillares en la parrilla. Esa era la primera "paga" para la vecindad que había llegado a ayudar: el buen asado de costilla regado con generosos tintos. Antes que amaneciera, los cuartos se ponían en los mesones, se los cortaba en tiras, descueraba, y se colocaban a hervir en los tachos. Por la tarde llegaba la hora del embutido, sección que precisaba de la presencia de algún entendido en el tema aliño. Se dejaban los jamones medianos, para que el curado fuera más rápido. Siempre quedaba alguna panceta, lomo, chorizo, morcilla y uno que otro "blanquillo" para comer a corto plazo. De yapa el chicharrón, y todo el hueserío se ponía en cajones salados para luego hacer puchero o comidas cocinadas. Caracho, sí que es todo un tema este del carneo, es una tradición que, al menos en mi familia, se conserva todavía.
¿Qué le dejaron esos ascendientes españoles?. Un profundo sentido de la responsabilidad. El respeto por el prójimo y la necesidad absoluta de respetar la palabra empeñada, algo que hoy ya no existe. Mi abuela decía siempre "el que no da todo en la vida, no da nada", y ella en su larga vida dio todo. De aquellas 150 familias, ¿alguna retornó a España?. Sólo una, la de los Rodríguez Martín. Los demás se quedaron para siempre en este país, que aprendieron a amar como propio, ¡cómo no había de ser, si a él le dieron lo que más querían, sus hijos!. | ||||||
Por Ernesto Cepeda, de Producción |