Revista Producción
PRODUCCION Agroindustrial del NOA




Historias de vida
Una familia simple como la vida misma

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No se trata de una historia grande, quizás ni siquiera única. Pero justamente, por ser similar a las de tantos inmigrantes que llegaron a nuestras tierras con la esperanza y convicción de "hacer la América y volver", englobamos aquí una suerte de homenaje para esos extranjeros enormes que forjaron la grandeza de una patria que aprendieron a amar más que a la propia.

Porque la regaron con sudor y esfuerzo, porque le aportaron la savia vital que se traduce en hijos, esos mismos retoños que a la postre determinarían que, en la inmensa mayoría de los casos, aquella idea de regresar a los orígenes, quedara sólo como un incumplido sueño.
Con la ligereza que nos caracteriza, los criollos bautizamos a quienes llegaban de lejanas playas como "gallegos", "tanos", "turcos" o "rusos". En el caso que nos ocupa, nuestro personaje era uno de los primeramente nombrados, cuya vida reseñó con emoción para nuestra revista uno de sus hijos, Salvador Hugo Ginel, hombre muy conocido para los tucumanos por su existosa trayectoria futbolística, convertido hoy, a los 62 años, en importante productor de caña y soja por sus lares de Ranchillos.

¿Cuándo y cómo llegó a Argentina su padre?.
Mi querido viejo, Pedro Ginel, llegó a estas tierras desde Murcia, una provincia de Andalucía, allá por 1912, cuando contaba sólo 13 años. Se embarcó como polizón, de manera que cuando advirtieron su presencia, ya estaban en alta mar, no había forma de regresarlo, y tuvo que pagar el viaje con su trabajo.
Después, de alguna manera, consiguió desembarcar en Buenos Aires y, junto a un contingente de compatriotas, llegó a Tucumán. Un hermano mayor, que desde tiempo antes se encontraba en Fraile Pintado, Jujuy, lo llamó para que trabajara junto a él en la recolección del tomate.
La fatalidad quiso que, tras una ardua jornada de trabajo, el mayor de los Ginel se diera un baño con agua helada, a raíz de lo cual contrajo una pulmonía que lo mató en 48 horas.
Solo su alma, mi padre, después de esa corta y triste estadía en Jujuy, regresó a Tucumán.

¿En qué trabajó para sobrevivir?.
Mi padre no fue nunca a la escuela; formaba parte de una familia en la que lo único que sobraba era el trabajo. Allí su misión desde pequeñito consistía en sacar, noche aún, a los cerdos, luego a gallinas, pavos y gansos, cumpliendo un ciclo matinal con todos los animales, tarea que se reiteraba por la tarde. A la hora del almuerzo un poco de tocino, pan amasado en casa, chorizo colorado, y nada más.
Con ese espíritu de sacrificio y unas ganas tremendas de progresar, llegó a estas tierras. Ingresó en el ingenio San Antonio como obrero. Era tan dedicado al trabajo y callado -de bajo perfil diríamos ahora- que ascendió a capataz y finalmente a mayordomo. Así pudo ahorrar el dinero necesario para comprar su primera cuadra, equivalente a dos hectáreas, donde comenzó a cultivar caña, abandonando su puesto en el ingenio.
Con la tierra propia había llegado también el tiempo de formar familia, por lo que se casó con una húngara, afincada junto a su familia en El Puesto, Cruz Alta. El matrimonio fructificó en seis hijos, pero la tragedia se haría presente nuevamente en la vida de mi padre, cuando murió su esposa.

¿Qué hizo entonces?.
No era hombre de vivir solo, y luego de poco más de un año de viudez, contrajo segundas nupcias con quien sería mi madre, Berta. Ella era descendiente directa de diaguitas, y de ella heredé mi rostro aindiado. Yo sé que ningún hijo puede ser objetivo al hablar de sus padres, pero no puedo menos que decir que era una mujer extraordinaria. Se casó con un hombre que ya tenía 6 hijos, parió 5 propios, y posteriormente crió otros 6 chicos de las colonias, sumando 17 hijos.
Era atea, pero nunca he visto a nadie que estuviera más cerca de Dios. Cuando falleció,un amigo sacerdote me dijo "No quiero que lo tomes a mal, pero quisiera celebrar una misa en homenaje a su alma". Al aclararle sobre la falta de credo de mi madre, respondió: "ahora con más razón oficiaré la misa; conociendo de sus virtudes, puedo asegurarte que ella está en el cielo, adonde no sé si llegarás vos".

Esa diferencia religiosa entre sus padres, ¿ocasionó problemas familiares?.
Jamás. Cada uno manejaba los principios de acuerdo a su conciencia, y ella respetó que el esposo y sus cinco hijos -tres mujeres y dos varones- profesaran el culto católico, al que por otra parte pertenecía su propia madre, mujer extrermadamente religiosa.

¿Cuáles fueron los principios que ambos inculcaron en usted y sus hermanos?.
Mi padre no se gastaba en palabras. Predicó con su ejemplo el trabajo y la austeridad. Yo debía levantarme a las 4 de la mañana para oficiar de mulero, manejando una rastra que rastrillaba la caña planta, pelándome el traste junto a mi padre.
En cuanto a la austeridad era un concepto total, que excedía nuestro grupo familiar, para abarcar a toda la sociedad, él pensaba que de esa manera, no gastando nunca más de lo que se tiene, la provincia y el país se harían grandes y fuertes.
La disciplina la imponía mi madre, en esas mesas familiares que recuerdo con emoción, donde de una olla muy grande ella sacaba porciones siempre parejas y, dominando el escenario, reinaba la enorme alegría de vivir que nos supo inculcar, agradeciendo lo poco que teníamos.

Hoy se viven otros tiempos...
Por supuesto, hay un facilismo terrible. Pero ¡ojo! Que no se me malentienda. No digo que teníamos que quedarnos en el arado a mula, en el cultivo de la caña con por lo menos siete movimientos de los surcos, cuando hoy tenemos modernísimas cosechadoras y está prohibido hacer más de un movimiento, en el cual basta poner agua y abono.
Lo que digo va mucho más allá. Creo que estamos proyectando chicos especiales, para mal. Lo que no me gusta es que haya padres que, refiriéndose a su hijo adolescente digan "tiene nada más que 15 años y no me hace el menor caso, no quiere estudiar ni trabajar, es muy caprichoso". Esos son los padres que enseñaron a sus hijos que la vida es ligth, cuando lo cierto es que ahora más que nunca, esto no es así.
Mi padre sufrió mucho a lo largo de sus 76 años de vida, pero fue siempre un hombre agradecido a Dios y a la vida. Hay mucha gente que sólo vive pensando en lo que le falta, sin agradecer a Dios por lo que tiene, sin agradecer cada día de vida que él nos regala. Usted dijo que son otros tiempos y tiene razón, pero los principios siguen siendo los mismos, y yo he tratado de transmitirlos a mis tres hijos, uno de los cuales desgraciadamente ya abandonó trágicamente este mundo, en plena juventud.

¿Predica también con el ejemplo, como lo hacía su padre?.
No conozco otra manera, así me enseñaron. Soy el que continúa con el cultivo de los campos paternos, y mis dos hijos, ingeniero agrónomo uno, contador el otro, están, cada uno en su especialidad, junto a mí. A ellos les transmití por ejemplo que se puede tener deudas, pero nunca para con la gente que trabaja en nuestras tierras; el ingenio nos adeuda la mitad de la zafra del 98, pero nosotros no le debemos un centavo a nuestros obreros, eso es sagrado. Y cuando no tengamos para seguir, entonces ellos serán los primeros en saber que el telón se baja y las persianas se cierran.

¿Usted sigue viviendo en el campo?.
En la misma casa paterna de Ranchillos, la cual no cambio por nada. Tengo el orgullo de decir que duermo en la cama en que me concibieron, parieron y criaron, en la misma en que he reproducido, y en la que aguardo la muerte.
Soy feliz en mis pagos, un lugar donde todavía puedo cruzar la calle con los ojos cerrados, sin temor a que me levante un coche por los aires.
El campo es para mí una forma de vida, pero para la humanidad es el puntapié inicial y tal vez final de su existencia. Claro, los sintéticos no se dan a partir del campo, pero sí se que la alimentación del ser humano se halla en directa dependencia de la tierra. Por algo los ojos de los grandes intereses económicos se encuentran puestos en América, donde está el futuro de las proteínas y la alimentación de este sufrido mundo.
Yo, como le digo a mis hijos, ya estoy tirando los penales, pero ansío ver antes de morir, como decía mi madre, un mundo que deje de conjugar los verbos sólo en la primera persona del singular.

Por Ernesto Cepeda
de Producción

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