Revista Producción
PRODUCCION Agroindustrial del NOA




Historias de vida
Una historia familiar hecha de miel y caña

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LLa caña de azúcar es extremadamente noble. Esto podría afirmarlo si viviera, don Domingo Córdoba, un salteño que allá lejos y hace tiempo, por 1923, creó por suelo tucumano, en la no demasiado conocida Amaicha del Llano (Bella Vista) y con sus propias manos, un modestísimo trapiche con el que comenzó a elaborar miel derivada de esa caña.
Si alguien piensa que esta es la historia de una empresa que se hizo enorme tras aquel modesto comienzo, se equivoca. Es simplemente el relato de una pasión que permitió subsistir a una familia, hecho por Domingo Luis Córdoba, uno de los 14 hijos de aquel hombre, que hoy, a los 64 años, es único continuador de la tarea de su padre. Un autodidacto amigo del folklore, la tradición y la poesía, al que se le humedecen los ojos cuando evoca la figura paterna, y siente la emoción del primer día mientras, junto a su compañera de siempre, "Doña Quica", le arranca al trapiche el jugo con el que elabora la miel, tabletas, alfeñiques y chancaca que alegrarán las vidrieras de casas de productos regionales. Un ser humano en fin, que se va cada noche a su cama con la única angustia de no saber quién continuará con su tarea, el día en que Dios lo llame.

¿Cuándo y cómo comenzó esta historia?.
Mi padre, Domingo Córdoba, llegó a estas tierras en 1919 desde su Salta natal, empujado por el deseo de conocer nuevos lares. Tenía por entonces 32 años, y como todo capital, sus manos. Se las rebuscó de jornalero, y como por entonces el ingenio arrendaba tierras para cultivar caña, asentó su hogar dentro de las 4 hectáreas que le correspondieron. Sería para siempre, ya que poco después contrajo enlace con una lugareña, Petrona Rosa Aredes, y ya no se fue de Amaicha.

Pero el tema de la miel, ¿cuándo se inició?.
Momentito, no me apure si me quiere sacar bueno. En 1923 había en Bella Vista una familia Galante, que tomó la iniciativa de hacer miel de la caña, como asimismo tabletas pero que, por razones que desconozco, no prosperó en el asunto. El jefe de esa familia, don Vicente Galante, era amigo de mi padre y, ante el interés demostrado por éste en la fabricación de la miel, le enseño la técnica de elaboración. Mi viejo era hombre de acción, de manera que se arremangó la camisa y emprendió de inmediato el trabajo. Construyó él solito un trapiche que constaba de tres cilindros acomodados en sentido vertical, con los cuales era necesario hacer dos pasadas para extraer el jugo de la caña. De esa manera se las arreglaba para elaborar miel y tabletas que vendía por la zona nomás. De acuerdo a lo que me contaba, eran aquellos tiempos mejores que los actuales, había plata y el negocio, aunque de a poquito, fue avanzando.
Esto le permitió tres años después, en 1926, encargar en la fundición Hofer, que estaba en calle 9 de Julio de la ciudad, la fabricación de un trapiche de hierro, que era tracción a sangre.

¿Tracción a sangre?.
Sí, dos caballos lo ponían en funcionamiento, y entonces sí, con una sola pasada, se sacaba el jugo de la caña. Para darle una idea, en 4 horas de trabajo se procesaban unos 1200 kilos de caña, con cuyo jugo se elaboraban miel y tabletas.
De esa manera, modesta pero firme, continuaron las cosas hasta 1942, año en que mi padre comenzó a proveer de mercadería a una casa de productos regionales de la calle Crisóstomo Alvarez. La dueña de ese negocio, doña Jerónima, le enseñó a mi madre cómo hacer alfeñiques y chancaca, de modo que a partir de entonces también éstos productos quedaron incluídos en la elaboración.

Esa elaboración, ¿fue siempre familiar?.
Siempre. Claro que por entonces ya no sólo intervenían mis padres, sino sus hijos, que llegaron a ser 14, 9 mujeres y 5 varones, aunque varios fallecieron de pequeños. Este ha sido mi trabajo desde que tengo uso de razón, yo no tendría más de 4 años, y ya estaba junto a mis padres y hermanos colaborando en la empresa, que era la que daba de comer a todo el batallón.
Recuerdo que venían desde la ciudad a comprar la miel, que también se vendía ya en Famaillá y Leales. Con esto se levantó bastante el nivel económico de la familia, y entonces mis padres pudieron dar educación a sus hijos. Tengo hermanas maestras y un hermano electrotécnico, al que le faltaron sólo 4 materias para recibirse de ingeniero electricista. En fin, en 1963 se le agrega un acople al trapiche, un reductor, con motor de 7,5 HP de potencia, que obviamente agiliza los movimientos, y es el que continúa hasta hoy, en que, para hacer los 1200 kilos de caña del ejemplo anterior, bastan unos 75 minutos. Mi padre, que ya tenía 76 años a cuestas, y mucho cansancio, le pasó entonces la dirección del negocio a una de mis hermanas, María Rosa, que era muy emprendedora. En abril de 1967, murió mi padre, las cosas comenzaron a ir mal, y dos años mas tarde la sociedad quebró. Fue entonces cuando tomé definitivamente las riendas, compré el trapiche y comencé en 1970 un duro rehacer todo, con algunas altas y muchas bajas, hasta que llegó 1973, un año que no olvidaré.

¿Qué tuvo de particular ese año?.
Trajo de todo. Fue un año sin heladas, lo que produjo un muy buen rendimiento en la caña. Era el momento de casarme, y así lo hice con Francisca América López, que vivía en la ciudad, con lo que un poco devolví la pelota a los capitalinos, que se llevaron a muchas de nuestras chicas de Amaicha. Pero hasta ahí nomás llegó lo bueno. Un día, en plena tarea, un brote de la caña se introdujo por el anillo de casamiento, me arrastró el brazo y el trapiche me "comió" tres dedos y media mano izquierda. No sólo perdí los dedos, sino también, tengo que reconocerlo, mucho del entusiasmo. El trabajo se resintió, y de esa mala época sólo sé que me sacaron a flote mi pasión por la tradición, el folklore y la poesía, el amor de mi mujer, "Quica", y por supuesto mi fe en Dios.
Después llegaron los hijos, dos varones, y eso cambia para el hombre todos los papeles, el mundo ya no es el mismo. Recién entonces uno comprende las palabras paternas, que se hacen carne y hueso en los hijos.

¿Qué le decía su padre?.
Cosas simples como la vida misma. Que hay que ser sano en el proceder con los demás, para ganarse el respeto de ellos, y que esa honestidad debe extenderse también a los negocios. Creo haber asimilado los consejos, porque nunca tuve problemas ni con vecinos ni con clientes.

Justamente, ¿cómo evolucionó el negocio bajo su mando?.
En 1975 aparecen los productos con el nombre de mi señora, que son adquiridos por varias casas de productos regionales de la ciudad. También incursionamos por Córdoba en 1979, y aunque la mercancía se vendía bien, era muy complicado el tema del traslado, por lo que no seguimos ocupando esa plaza.

¿Cuáles son los productos que más se venden?.
Evidentemente la miel, aunque también los alfeñiques y tabletas tienen buena salida.

¿Cuál es el secreto de esa miel?.
La higiene, hay que extraerle al jugo todas las impurezas, es una tarea laboriosa que exige mucha paciencia, pero que tiene su recompensa; además, la densidad debe estar en los 33ª. Por supuesto que ahora, después de tantos años, ya no necesito densímetro, "a ojo" nomás le doy el punto exacto.

¿Cómo es el proceso de elaboración?.
Se escoge la mejor caña, que es pelada y se coloca sobre los palos (cañeros); al ponerse el trapiche en movimiento, se introduce la caña, que es triturada, y el jugo pasa a una pileta de decantación. De allí va a las ollas de cocimiento, que tienen una capacidad de 720 litros, donde hierve durante 8 horas. Con 1.200 kilos de caña se obtienen de 90 a 100 litros de miel.

¿Cuál es la época del año en que mejor se venden sus productos?.
Tradicionalmente para julio y fin de año. Antes la venta era sostenida prácticamente durante todo el año, pero ahora esta crisis que nos azota a los argentinos ha hecho disminuir las ventas; de cualquier modo soy optimista por naturaleza, y creo que siempre lo mejor está por venir.

¿Por qué cree usted que, siendo tantos hermanos fue el único en continuar la empresa paterna?.
Es algo que me he preguntado muchas veces, y en realidad no sé cuál pueda ser la respuesta exacta. A lo mejor es porque soy un convencido de que el que no trabaja con amor, no puede durar en lo suyo. Mantengo el entusiasmo de la primera vez, y mi única pena es que, cuando yo me vaya, no habrá quien continúe con esta empresa, eso me trae mal, quisiera dejarle a alguien la posta. He escrito bastante poesía, también algunas chacareras, y una de esas coplas dice " en el pago donde vivo/ también soy nacido en él/ desde mi canto lo evoco/ y hasta lo riego con miel".

Esa posta de la que habla, ¿no pueden tomarla sus hijos?.
A ellos no les gustó nunca esto. Los dos están en la Marina, son muy buenos hijos, pero se inclinaron por otra cosa y está bien, este trabajo ata mucho, ellos son jóvenes y quieren ver mundo.

Está su señora...
Ella me ayudó siempre, es mi fuerza espiritual, pero esto no es trabajo para mujeres. De cualquier modo dejaremos que el tiempo sea el que hable, todavía me siento fuerte, soy muy creyente, y estaremos aquí mientras Dios lo disponga, endulzando la vida de nuestros semejantes, lo cual en estos tiempos no es poca cosa.

Por Ernesto Cepeda, de Producción

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