Revista Producción
PRODUCCION Agroindustrial del NOA




"Curadores de sembrados"
Todavía ejercen su arte

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Inmersos ya en el siglo XXI, era de la globalización y la Internet, del rastreo y determinación meteorológica satelital, cuesta creer que perduren en nuestra región, “cortadores de tormentas”, “curadores de sembrados” o “componedores de caballos”.

Sin embargo, los hay, son seres respetados y admirados por sus vecinos, para quienes aquellos producen hechos inexplicables, con ciertas aristas de milagro. Los conoce bien Octavio Cejas, un ex maestro de campaña que, con 73 años muy bien puestos, se muestra orgulloso del permanente contacto con los hombres de campo, convivencia que le ha posibilitado tratarlos a fondo, aunque reconoce que siempre le queda algún espacio para la sorpresa.
Escritor polifacético, Cejas presentó en sociedad hace pocos días su último libro “El Tukma mágico”, que es como él mismo dice “un soplo de aire fresco en nuestro folklore”. “Escuchemos” el relato que del accionar de estos curiosos personajes telúricos nos concreta en su vieja casona de Concepción, donde decenas de copas y trofeos atestiguan su paso por el ciclismo, una pasión que todavía desarrolla.
Trabajé toda mi vida en escuelas de campo cercadas de cañaverales, donde la tarea didáctica era frecuentemente interrumpida por el traqueteo de carros cañeros que iban rumbo a los cargaderos, y las injurias de los muleros azuzando a sus animales. Los meses sumados hacen años, toda una vida vinculado a la gente simple del campo, esos a quienes algunos consideran brutos o ignorantes, sin advertir que, en su mundo, el campesino es un sabio. Intuitivamente, el campesino sabe que no debe teorizar con su hijo, la enseñanza es empírica, se predica con el ejemplo, hablar poco, hacer y repetir, ese es el tema. En mis andanzas, que no son destructivas, sino de documentalista, investigador, simple curioso, encontré en Simoca, al Chacho Ocaranza, un “cortador de tormentas”, curiosa profesión de unos pocos elegidos. Y viene al caso recordar que en Cosquín, para todas las noches del famoso festival, tienen preparado a uno de estos especialistas, para que el espectáculo no se agúe. Una vez asumió sus funciones una nueva comisión organizadora que decidió dejar de lado tales “supersticiones”; les llovió de tal manera durante dos noches seguidas, que tuvieron que salir desesperados a buscar al cortador de tormentas (se ríe). Ocaranza, como todos estos personajes cuasi mágicos, jamás me reveló sus secretos, pero accedió a describirme el procedimiento. Lo primero es munirse de un mortero de palo, cuya boca debe apuntar hacia el lugar de donde viene la tormenta, y allí se le clava un hacha en cruz, al tiempo que se reza y dicen algunas frases especiales. Estos conocimientos son transmitidos desde épocas ancestrales, y “en artículo mortis”, es decir cuando la persona dotada siente que va a morir; si no se cumple con este requisito, o la persona elegida para receptar las facultades no es digna, el poder se pierde irremediablemente. En cambio Brizuela, un setentón que vive en Los Córdoba, departamento Río Chico, es “curador de sembrados”. Lo busca mucho la gente del sur de la provincia en época de siembra de papa, tomate, pimiento, o cuando la plaga amenaza una cosecha. Yo mismo lo he visto ejercer su “oficio” en Santa María y Las Mesadas, en campos de papa semilla, y es impresionante. Llega al campo plagado, de día o de noche, y camina todo el cerco sin compañía alguna, en eso es inflexible, mientras murmura cosas que nadie entiende. Amigo, créalo o no, al poco tiempo la plaga se va, y usted ve los gusanos caídos, muertos,como después de una batalla.
Después tenemos a los “componedores de caballos”, sobre cuya actividad también tuve una experiencia personal. Yo era mozo todavía y estaba con mi padre en Las Estancias, cuando un peón llegó a avisarnos que una mula le había quitado el potrillo a nuestra yegua. Ensillamos y fuimos a ver; efectivamente, la mula es animal muy cariñoso, pero infértil, y al nacer un potrillo suele quitarle el hijo a la madre y apropiárselo. Pero es extremadamente torpe en su cariño, lo golpea, muerde y patea, y eso es lo que había acontecido aquella vez. Nos dimos con un potrillito muy golpeado, caído, agonizante. Lo rodeaban nada menos que cuatro mulas, en tanto la yegua madre, aporreada por el cuarteto, miraba desde lejos. A puro azote llegamos hasta el pequeñín, que era defendido por las enfurecidas mulas como si fuera su hijo, logramos levantarlo y, atravesado en la montura, lo llevamos hasta los galpones. Ahí nos dimos cuenta que el animal se nos iba y que, para colmo de males, no podía orinar. En esos momentos atinó a pasar el “Gringo” Francisco Hernández, un joven que vivía en El Molino, 10 kilómetros hacia el Oeste de Concepción. Fue mirar el caballo y decir “el chiquito tiene que orinar, dejenmeló”. Se acercó al potrillo, no se cómo se las compuso para hacerlo parar y le pasó la mano en cruz por el bajo vientre tres veces, mientras decía algo que no alcanzábamos a discernir, como si le hablara al animal. Antes de 10 minutos el potrillito se cuadró y orinó abundantemente, con sangre, quedando muy aliviado. Nos pusimos muy contentos con mi padre, pero el Gringo afirmó al tiempo que se iba “sí, ha meado, pero se va a morir nomás, hemos llegado tarde”. Pocas horas después el potrillito en efecto, murió.
También entre los curadores de caballos tenemos a don Lima, que..., pero mejor es que lo vea usted mismo, acompáñeme.
Salimos y, después de recorrer brevemente la sabatina feria concepcionense, donde Cejas es detenido a cada instante por sus vecinos que lo saludan con deferencia, atravesamos la ciudad hacia el poniente, hasta llegar a un enorme potrero donde se encuentra vareando a un caballo un criollo bien plantado, de rostro curtido por mil vientos, que acude a nuestro encuentro, mientras saluda respetuosamente.
“Me llamo Ricardo José Lima, nacío en Villa Padre Monti, departamento Burruyacu, uno de los 15 hermanos, 9 varones y 6 mujeres, y tengo, creo, 67 años. Eso de lo que habla don Otavio lo i’ aprendido solo, no se afane, que no le vua decir, son palabras secretas. Usté me da el pelaje, la color esata e ‘un caballo lastimao o embichao, sin decirme donde, y yo se lo curo, sin verlo. Puede durar 4 días, 5, a veces 6 y ya tá curao, se le va a bajá todo el bicherío. ¿qué si conozco la cura pa' muchos male? Varios y diverso, a vece cuando tá atajao e las aguas, o de las dos cosas, cuando lo veo al caballo así, ya meto mano. Y depué que yo lo trabaje, el caballo va a vení, se va a parar ahí, y usté lo va a ver que tira las dos cosas (orina y bosta).
Tamien don Otavio le habrá contao que la luna tiene mucho que vé, ¿acaso usté se corta el pelo cualquier momento?, ¿no, verdá?, bueno, esto e’ lo mismo. Pa capar un bagual me llevo de la luna, cuando la luna nueva viene de allá (señala hacia el Oeste) y se va pa allá (indica el Este), hay que sabé. Tamien con lo cultivo, si usté siembra en luna nueva, el maicito se le va muy arriba, entonces la mejor epoca es en luna vieja o cuarto menguante, ahí sí puede ser. Tamien curo caballos despechaos, tiene una calza en el pecho, eso escapa, algunos dicen que lo curan pero no, calza en la orillita nomá, y en cuanto camina, vuelve a escaparse. Cuando yo lo trato queda la mano seca, dura, yo lo trabajo bien. Al animal hay que pararlo en esta forma (levanta los dos brazos y se inclina hacia delante) y levantalo de frente, bajalo y volvelo a levantar tres veces, a las tre, calza justo, de ahí en más puede fallar en cualquier lado, pero no en el pecho. Todo caballo tiene diferente relinchido y diferente rastro, de solo velo de lejos me doy cuenta que el caballo viene deorientao, malo, no es de aquí”.
Un fuerte apretón de manos marca el fin de la entrevista con Cejas, regreso a San Miguel de Tucumán pensando en sus últimas palabras “vea Ernesto, con el tiempo he aprendido que en el campo no siempre dos y dos son cuatro, a veces es tres, o cinco, y hay que creer o reventar”.

  
Por Ernesto Cepeda,
de Producción


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